Detalles del Surgimiento de Versalles:

Surgimiento de Versalles Matanzas:

Catedral de Versalles

Cuando en 1818 el Intendente de Hacienda, Alejandro Ramírez, autorizó al gobernador matancero a parcelar en solares los terrenos pertenecientes al realengo de San Alejandro, al norte del río Yumuri, se gestaba el nacimiento de un nuevo barrio en la hasta entonces ciudad intrarríos de Matanzas.

La barriada aparece como tal en 1827. En un primer momento se identificó con el nombre de su río, Yumuri, para poco después (aproximadamente en 1850), ser bautizada como Versalles. La toponimia escogida, alusiva a la fastuosa residencia de la monarquía en París, constituía una prueba elocuente de la fuerte presencia francesa, asentada en la ciudad desde principios del siglo XIX, a raíz de la Revolución de Haití. Esta comunidad, inmersa en la sociedad matancera, pronto aportó en lo económico (caña y café) y en lo cultural, al desarrollo de la joven urbe, y como fuerza viva reclamó su representación en la toponimia de la ciudad.

De este modo, al norte del río Yumuri, iba surgiendo paulatinamente el nuevo barrio, mientras Matanzas transformaba su faz urbanística. A las primeras edificaciones se unía el mejoramiento de las vías de comunicación y de los servicios públicos.

No obstante, al historial la barriada de Versalles es obligado incursionar en sus antecedentes que se remontan a 1530, fecha en que ya existía el Rancho de Pescadores o Chiquirrín, que ocupaba todo el litoral del río Yumuri hasta la playa conocida por Los Bañitos, en la bahía. Además, en 1815 se había ordenado la desecación de todas las ciénagas que rodeaban la ciudad de Matanzas, incluidas las que bordeaban las dos orillas del río Yumuri. Esta decisión posibilitó que antes de la fecha que se tomara como nacimiento de Versalles, o sea 1827, existiera población en el realengo de San Alejandro, que si bien no formaba aún en ese entonces parte de la ciudad, constituía un poblado independiente, en torno a las calles Oña (actual calle Plácido) y Laborde.

La evolución del urbanismo comienza un año después de adquirir la zona la categoría de barrio, Luís Vera, Capitán en esa época del puerto de Matanzas, fomentó en 1829 parcelaciones en el oeste del Cuartel de Santa Cristina (actual Centro Escolar Mártires del Goicuría) y a orillas del puente sobre el río Yumuri, así como al norte del referido cuartel, en 1832.

Eloy Navia impulsó la construcción de casas entre 1830 y 1864, en terrenos de su propiedad al norte del cuartel y en La Cumbre. En 1831, Cecilio Ayón, gobernador de Matanzas, parceló solares en su estancia versallera, como lo hizo también Ramón Brufau, quien finalmente traspasó su posesión a Miguel Dubrocq. Este último poseía varios solares en las calles Santa Rita, Oña y Glorieta; en Santa Matilde (al este de la población); en San Alejandro, en terrenos aledaños al Castillo de San Severino; en la Cumbre y en la plazoleta del Cuartel de Santa Cristiana. María Ignacia Ortega de Castro, dueña de la quinta conocida después por Arechavaleta, auspició urbanizaciones en Versalles durante el año de 1838.

Como se puede apreciar en un período relativamente corto (1828-1838) estos propietarios acometieron un proceso de parcelación y urbanización que permitió que la barriada de Versalles se desarrollara rápidamente. Al mismo tiempo, los padres de la urbanización y primeros dueños de los solares de Versalles, aportaron la toponimia que hoy mantienen y defienden los vecinos del barrio.

En este contexto urbanístico, la población de Versalles crece en un inicio y después decrece. Su momento de mayor explosión demográfica aparece entre 1855 y 1860, relacionada con la construcción y habilitación del Cuartel de Santa Cristina y de los hospitales Santa Isabel (1838) y San Nicolás (1846.

A partir de ese último año, Versalles vuelve a decrecer en población hasta 1907; contingencia en la que influyó, primero, los estragos de la guerra y de la represión, y posteriormente, la salida de Cuba de buen numero de familias españolas que residían en la barriada, vinculadas a militares destacados en el Castillo de San Severino y en el Cuartel de Santa Cristina.

En 1908 se produce un rápido crecimiento de la población versallera muy marcado en 1916, gracias al estímulo económico que recibe el puerto con la instalación en él de los depósitos de la Cuban Distilling Company, los muelles de Dubrocq y otros, Coincide en esta época el fomento de una zona residencial al este de la calle San Isidro, entre Santa Rita y el Paseo Martí, así como la construcción de suntuosas residencias para la burguesía local. Poco después surge el Reparto La Cumbre (1921), cuyo límite quedó fijado en la carretera de igual nombre.

Sin embargo, el desarrollo de Versalles no se perfila en toda su dimensión hasta la década de 1930 y posterior a 1940 con el fomento de la Zona Franca en el puerto de Matanzas, y en 1948 con la inauguración de la Compañía Rayonera Cubana S.A. Esto último propició la aparición de la parcelación Herederos de Fariñas, entre 1949 y 1950, que lindaba con la carretera de la Cumbre (por el norte), con San Juan (por el sur), con Santa Matilde (por el oeste) y con área rural (por el este).

Cuando en 1948 se construyó la Compañía Rayonera Cubana S.A., se levantó un pequeño reparto para los empleados norteamericanos, en áreas de la propia industria. Mientras que, a mediados de la década de 1950 surgió un barrio obrero, localizado entre la Zona Franca, la Vía Blanca (en ejecución) y el este de la franja residencial de Versalles, que se denominó Reparto Dubrocq, por asentarse en los terrenos que poseía Miguel Dubrocq desde el siglo XIX.

Entre 1952 y 1953 surge el Reparto Arechavaleta, en los alrededores de la quinta de igual nombre. Se localizó entre las calles Primera, San Isidro y Nueva Esperanza, colindando al norte con zona rural, hacia donde se expandió el poblamiento a partir de 1955.

Otra parcelación, colindante con el Reparto La Cumbre, fue La Carol, proyectada en 1951, pero que no logró desarrollarse. Algo similar ocurrió con el diseño del barrio obrero Montemar, al norte de la carretera de la Cumbre. El Reparto Balcón del Yumurí, conocido también por el americano, se fomentó en 1954, entre la calle Nueva Esperanza y los límites del barracón del Abra del Yumuri. Tal proliferación de repartos matizó el rápido crecimiento poblacional de la barriada, en el período de 1919 a 1958.

Comunidad de VersallesCon el triunfo de la Revolución, que propició la expansión de la ciudad, Versalles -como otras zonas matanceras-, vio limitado su crecimiento urbano, particularmente por la contaminación ambiental que heredó de etapas anteriores. La más significativa construcción doméstica que ocupó su barrio en esos años se produjo en 1965, cuando se concluyeron los primeros edificios multifamiliares, al norte del Paseo Martí. Estos fueron destinados a familias obreras y de extracción humilde, procedentes de Los Mangos.

El fenómeno vigente hasta la actualidad, en términos urbanísticos, es la construcción, ampliación y modificación de viviendas en repartos y zonas pobladas desde años atrás: en la Cumbre, Arrechavaleta, Balcón del Yumuri, Dubrocq y otros. Tendencia que apunta a "sellar" el área que conforma la actual barriada de Versalles.

Sus más importantes obras civiles de carácter urbanístico, datan del siglo XIX. El Paseo Nuevo, construido en 1838 y que poco después se nombró Paseo de Santa Cristina, hasta inicios del siglo XX cunado tomó el de Paseo Martí; y el puente de La Concordia, inaugurado en 1878 y que cambió su nombre en la República, por el General Lacret Morlot.

Interesante historia acerca de Casa quintas y otras construcciones domésticas de la época...
El populoso y pintoresco Versalles actual, fue en sus orígenes un punto de interés de las primeras casas quintas, propiedades de familias pertenecientes a las clases acomodadas del siglo decimonónico matancero. Estas buscaban el reposo y el bienestar que les podía brindar esta zona alta de la ciudad, dignada por su belleza exuberante y saludable entorno. Así la valoraban los contemporáneos y lo reflejaba la prensa de la época
Las casas quintas, construcciones domésticas, alcanzan su mayor esplendor en el siglo XIX, y Versalles no marchó a la zaga de este fenómeno, propio de la explosión urbanística de una ciudad en desarrollo. Varias constantes caracterizaron a las quintas: suntuosidad; confort; aislamiento; cantería; sitio de esparcimiento, recreo y para fiestas; edificadas en lugares hermosos, visuales, en línea de costa o elevaciones; privilegio de las clases adineradas; rodeadas de jardines y/o extensas áreas delimitadas por cercas semitransparentes.

Durante el siglo XIX se construyó un número considerable de casas quintas en Versalles, la mayoría de las cuales sucumbieron con el paso del tiempo y la sucesión de propietarios.

Las que sobreviven en nuestros días muestran las huellas inclementes del deterioro sufrido y grandes trasformaciones en su estructura constructiva.

En 1857 Antonio de la Torriente estrenó su quinta en la calle Santa Rita y San Alejandro. Ya en esa época existían las edificadas para Francisco Pujadas de Roget; la de Matny; la Quinta Alicia, entre las calles Santa Matilde y Glorieta, de Patricio Ponce de León; la Quinta Los Molinos (conocida después por Quinta Anita), en la calle Versalles, entre Santa Matilde y San Juan de la Cruz; la Quinta de Castro (conocida por Arrechavaleta), al final de las calles Navia y San Isidro; y la Quinta de Lorenzo García Milián, que fue vendida a inicios del siglo XX a la Colonia Española, localizada en Santa Rita y Glorieta.

La Quinta Las Delicias constituyó un bello exponente de la arquitectura de madera. Con sus dos plantas, fue construida en la segunda mitad del siglo XIX en el Paseo de Santa Cristina. En pésimo estado de conservación, sobrevivió hasta 1990, en que fue demolida.

En la década de 1830 Versalles contó con un suntuoso palacete en la calle Ánima, esquina a Aróstegui, que perteneció a Manuel del Junco. Aunque este edificio desapareció devorado por un incendio, hoy se conserva su réplica, el Palacio de Junco, construido por su hermano Vicente, a imagen y semejanza del versallero.

El siglo XX vería nacer en Versalles otras construcciones domésticas no menos importantes y de indudable valor arquitectónico. En los años veinte se edificó una vivienda de madera, propiedad de la familia Viciedo, en San Juan, entre Unión y la carretera de La Cumbre, que hoy conserva su dignidad, no obstante el deterioro que afecta su estructura. Poco después, el español Salvador de los Santos, rememora un castillo medieval en la carretera de La Cumbre, que con modificaciones interiores abriga en la actualidad a cinco familias y es punto de referencia en la barriada. La Quintica, localizada en Aróstegui, entre las calles Macagua y Amarilla, contemporánea en época con el Castillito, también goza de popularidad en Matanzas, aumentada ésta por su actual función de restaurante.

Los tesoros naturales y arquitectónicos de Versalles cautivaron a más de un viajero del siglo XIX. Al respecto son célebres -entre otras-, las valoraciones de Jacinto Salas Quiroga, de Juan Wadermann y las de José Chacón y Calvo; así como la permanencia en sus casas quintas de eminentes personalidades de la historia y de las ciencias, la familia Ximeno, la de Torre y Huerta, la Escoto, etc.

Pintores, poetas, historiadores y músicos han recreado el Valle de Yumuri, accidente geográfico de fama internacional. Las leyendas sobre el valle y su toponimia, integran el patrimonio cultural de Matanzas. Pero, no por ser de trascendencia local, su Estero goza de menos prestigio en la barriada. Ecosistema de manglares, corre paralelo a la orilla izquierda del río Yumuri, y es sitio preferido de la fauna y vegetación propias de ese entorno. El Estero, une a su valor económico y ecológico, el servir de bello fondo natural a la Estación Terminal del Ferrocarril de Hershey.
En el transcurso del siglo XIX y en los albores del XX Versalles fue poblándose de humildes hombres que buscaban el sustento en el río Yumuri y en El Chiquirrín (pescadores), en el Valle (agricultores) y en la Cumbre (ganaderos). Otras fuentes de trabajo las brindó la vida militar (Castillo de San Severino y Cuartel de Santa Cristina) y la salud (hospitales y sanatorios). Con el traslado de las labores portuarias del Muelle Real (calle Gelabert, actual Milanés), hacia la margen izquierda de la bahía (muelle Dubrocq, Armour, Mousen), se ampliaron las opciones de empleo para los vecinos, Por último, la década de 1940 marcó el despegue industrial de la zona, al ser habilitada la Zona Franca e iniciarse la producción de hilaza sintética en la Compañía Rayonera Cubana S.A.

Cuarter combertido en EscuelaEn cuanto a la educación, en la barriada el Centro Escolar Mártires del Goicuría, único en su tipo de la provincia; además de dos secundarias básicas: Manuel Sanguily y Reynold García, localizadas en el área que ocupó el Escuadrón 41 de la Guardia Rural y parte de las caballerizas del Regimiento Plácido, respectivamente. Para la enseñanza media cuenta con el Tecnológico Ernest Thalmann. Barrio rico en tradiciones de origen hispano, amalgamadas con raíces africanas, asiáticas, francesas y de otras etnias; disfrutó de los carnavales que se realizaban los tres fines de semana antes de la cuaresma, según la usanza española. Un siglo después, al triunfo de la Revolución, entre los años 1966 y 1968 las fiestas populares se celebraron en el Paseo Martí.

El Día del Santo Patrón se festejaba desde la víspera, cada 28 de junio. Las regatas alegraban la desembocadura del río Yumuri, así como las verbenas en el Chiquirrín, donde en ocasiones se quemaba el muñeco de San Pedro. El 29, después de la misa en la iglesia dedicada a Él, y de la procesión, se efectuaba el gran baile que conjugaba los juegos de azar, los fuegos artificiales y las retretas.

plazaLas plazoletas del Cuartel y de la Iglesia de San Pedro, eran escenario habitual de las retretas ofrecidas por bandas de música; y con el avance del siglo XX se convirtió en tradición veraniega, los esparcimientos en las playas de la zona y los bailes en el Balneario del Club de Oficiales y Alistados.
Su esplendor natural, económico y social se nutrió de una rica historia y tradición combativa dignas de conocer. Versalles fue testigo de trascendentes acontecimientos históricos, fundamentalmente durante la década de 1950, cuando el pueblo se enfrentaba a la dictadura militar batistiana. En esa etapa la zona industrial constituyó un objetivo primordial de las acciones de sabotaje efectuadas en apoyo al desembarco del Granma, la Huelga General del 9 de abril y muchas otras. En la Cumbre residió el jefe de acción y sabotaje de la Dirección Provincial del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), Enrique Hart Dávalos, quien falleció junto a los versalleros Juan Alberto Morales Bayona y Carlos García Gil, en ese lugar, el 21 de abril de 1958. En dicha casa se preparaba lo que sería el último número del periódico clandestino Sierra Maestra, órgano oficial del Movimiento en la provincia.

Los obreros portuarios, combativos por tradición, protagonizaron los grandes movimientos huelguísticos de la época contra los desvíos de exportaciones del puerto de Matanzas hacia el de La Habana, la sustitución y expulsión de los trabajadores de militancia comunista, en contra de los embarques de azúcar a granel que provocaba excedencias en el sector, en apoyo a los ferroviarios, rayoneros y azucareros, y en pro de mejoras para el ramo.

Pero de todas las acciones combativas ocurridas en la barriada desde su fundación, sobresale una que la sitúa en el historial patriótico del país: el asalto al Cuartel Domingo Goicuría, el 29 de abril de 1956. Epopeya realizada por un grupo de jóvenes dirigidos por Reynold García, que pretendía encender la llama de la insurrección armada en Matanzas, para así continuar el camino trazado en el Moncada.

HospitalSus calles, muros, viviendas, parques, atesoran las huellas de las hazañas protagonizadas por sus hijos y coterráneos. Aún retumban en el alma del barrio los ecos del ajusticiamiento de Domingo Mújica, el canto a la vida de Plácido, el deambular de los reconcentrados, el sentimiento de impotencia ante las tropas norteamericanas acantonadas en el Cuartel de Santa Cristina durante el período de ocupación militar, los gritos de rebeldía de los cientos de prisioneros y fusilados en el Castillo de San Severino, la incertidumbre ante el nacimiento de la Guardia Rural que alumbró en el Cuartel Ignacio Agramonte, la histeria contra los negros desatada sobre los detenidos en el San Severino por el crimen de la niña Cecilia, el llamado a la insurrección de los asaltantes del Cuartel Goicuría, el dolor por el accidente en Villa Gloria, el llanto por la pérdida de René Fraga Moreno. Como un monumento gigante y eterno se suman las tarjas, obeliscos, estatuas, bustos y construcciones conmemorativas, que hacen de Versalles un homenaje vivo a la historia patria.
Versalles, al igual que el resto de los barrios matanceros, hace gala de innumerables valores socioculturales y político, pero el caso que nos ocupa constituye una muestra elocuente de la explosión urbana que tuvo lugar a inicios del siglo XIX en la ciudad intrarríos, y de la presencia e influencia de la comunidad francesa asentada en el territorio. Su nombre así lo indica. Además, a este barrio le corresponde la virtud de ser la zona industrial por excelencia de la capital matancera. Resta agregar al valorarlo, que la columna del primer puente de hierro en Cuba, del General Lacret Morlot, devino símbolo de la ciudad.

Hoy sus antiguas construcciones militares, paradigmas de la represión que padecimos hasta 1958, se integran al patrimonio cultural y educacional cubano; mientras Versalles sigue exhibiendo sus glorias pasadas y su fe en el porvenir. Es menester registrar toda esa historia centenaria, que ayuda a conocer mejor el pasado, disfrutar el presente y enfrentar los retos del futuro.


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